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De los posibles vivenciares de la cuarentena.

Ya sabemos que el incumplimiento de las medidas sanitarias favorece el contagio masivo del virus. Tan inefectivo para contrarrestarlo es salir a espacios públicos sin respetar el distanciamiento social, la higiene y todos los recaudos sanitarios recomendados, como continuar realizando publicaciones, como las que venimos viendo con frecuencia en las redes. Me refiero a las del tipo “escrache” acompañadas de fotos y videos donde se muestra personas acumuladas en distintos espacios públicos; o a las del estilo catarsis como “la gente no entiende” y que muy frecuentemente incluye expresiones de enojo y frustración.

La “gente” no entiende, seguramente, como no entendemos todos lo mismo; ni los que siguen en negación y continúan con su vida como si nada, ni los que insistentemente reclaman que el Otro los cuide.

Lo Real se nos ha impuesto, entendiendo lo Real propuesto por Lacan como aquello que no podemos pensar, imaginar o representar. La muerte cabe en el registro de lo Real, y es lo que se nos estampa en la cara con la pandemia. Ante esa presencia angustiante cada uno va a actuar de acuerdo al marco de referencia que tiene, recorte fantasmático (concepto lacaniano también) que depende de las experiencias subjetivas, entre otras cosas y que nos dará un marco para interpretar el mundo. Entonces tendremos a aquellos que se mortifiquen con el aislamiento y confinamiento, por lo que decidan quizás salir, o reaccionen sintomáticamente con depresión y ansiedad; habrá otros que lo sobrelleven livianamente; otros que se obsesionen con los recaudos; otros que se enojen y proyecten todo lo malo fuera, señalando, demonizando al Otro. Porque es fácil caer en la tentación de buscar culpables, de reclamar como un niño pequeño que nos cuiden otros. Porque en definitiva es más fácil desplazar la angustia de la posibilidad de la muerte, propia o de nuestros seres queridos, al enojo por lo que supuestamente hacen mal los demás. Porque es fácil señalar las fallas de los otros para no ver la falta propia.

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Como la cantidad de seres humanos que hay en el mundo, así de singularidades existen. Cada vez que caemos en el enjuiciamiento de los demás olvidamos esta premisa. Hay cosas que podemos controlar y otras que escapan totalmente de nuestras manos. Enfocándonos en lo que está a nuestro alcance soltamos algo del lastre que no nos corresponde, ¡y que alivio significativo representa eso! Parte del proceso de cada uno es entender que somos los únicos responsables del propio cuidado, nadie más lo es. Cuando comprendemos eso dejamos la actitud de reclamo y demanda y nos enfocamos en cuidarnos a nosotros mismos y a quienes de nosotros dependen. Y el Otro, es otro y también hace lo que puede.

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